Seguramente recuerdas de tus clases de biología del colegio o, si estudiaste algo relacionado con las ciencias biológicas, de tu paso por la universidad, términos como ecosistema y bioma; sin embargo, es probable que, como en nuestro caso, no tengas muy claro lo que significan y cuáles son sus diferencias. Así que te invitamos a que refresques la memoria y te des la oportunidad de retomar conceptos que seguramente aprendiste hace algún tiempo.
Para empezar, es necesario entender que un bioma constituye un conjunto de ecosistemas, es decir que, si un bioma fuera una casa, cada habitación representaría un ecosistema. Los biomas están compuestos por todos los elementos abióticos (sin vida) de un lugar, por ejemplo el agua, la lluvia, la temperatura, la luz solar y la tierra. Mientras que los ecosistemas, representan todas las interacciones que se dan entre los factores bióticos (con vida) como los animales, las plantas, los microorganismos y los elementos abióticos que se encuentran en su medio (González et al., 2012). Por tanto, los ecosistemas son sistemas dinámicos y los biomas son el marco que condiciona y en el que se dan esas interacciones.
A nivel mundial hay diferentes biomas terrestres, caracterizados principalmente por el clima y la vegetación que los compone.
● Bosque húmedo tropical: Se cree que engloba el mayor número de especies por metro cuadrado, posee árboles que pueden llegar a medir más de 40 metros de alto y su temperatura fluctúa entre los 18 y los 28 grados centígrados. En Latinoamérica, este bioma está representado por La Amazonía y sus dinámicas regulan el clima de la región. Las principales amenazas que enfrenta son la deforestación causada por la expansión de la frontera agropecuaria y los asentamientos humanos; de hecho, se estima que para el año 2050 habremos perdido el 47% del área original de la Amazonía si continuamos con el mismo ritmo de explotación de sus recursos (González et al., 2012; Malhi et al., 2008).
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● Sabanas tropicales: Son grandes áreas cubiertas por plantas desagregadas que suelen no sobrepasar los 10 metros de altura, tienen épocas de lluvia no mayores a los 8 meses anuales y otras de sequía en las que es normal el desarrollo de incendios forestales. Un ejemplo de este bioma son las extensas sabanas africanas que albergan una gran variedad de herbívoros. Las amenazas principales para estas regiones son las mismas del bosque húmedo tropical (González et al., 2012).
Foto tomada por: David Clode (Unsplash)
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● Praderas templadas: Son áreas de suelos fértiles donde predomina la hierba y algunos arbustos y en las que se presentan cambios bruscos de temperatura entre el invierno y el verano; las lluvias suelen ser menores que en las sabanas tropicales. Las Pampas Argentinas son un ejemplo de este tipo de bioma y las amenazas son las mismas de los dos biomas anteriores (González et al., 2012).
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● Taiga: Es el bioma de mayor extensión y también se conoce como bosque boreal. La vegetación que lo representa son los pinos, que conservan sus hojas durante todo el año y los inviernos suelen estar asociados a nevadas. Durante el verano, la taiga se convierte en un lugar perfecto para la alimentación y reproducción de diversas especies de insectos y aves (González et al., 2012).
Foto tomada por: Konstantin Chimaera (Unsplash)
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● Tundra: Es el bioma más frío y su característica principal es la ausencia de árboles. Existen dos tipos de tundra: la ártica y la alpina. La tundra ártica está presente en el hemisferio norte, donde una parte del suelo permanece congelada y la mayoría de las lluvias se presentan en forma de nieve. Gran parte de la fauna que habita estos ecosistemas depende de una importante capa de pelo o grasa para sobrevivir, así como de la adopción de conductas como la hibernación o la migración. De otro lado, la tundra alpina está presente en la parte alta de las montañas, donde se sobrepasa la presencia de árboles; aquí el suelo no se encuentra saturado de agua (González et al., 2012).
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Originalmente se han descrito alrededor de 14 biomas naturales; sin embargo, la actividad humana los ha modificado y ha hecho necesario el reconocimiento de los biomas antropogénicos, los cuales se resumen en 6 categorías: grandes densidades urbanas, poblaciones, tierras de cultivo, pastizales, plantaciones forestales y tierras silvestres (Ellis y Ramankutty, 2008; González et al., 2012). Entre los años 1700 y 2000 las tierras usadas para la agricultura y asentamientos humanos aumentó del 5% al 39%, ocasionando que la porción de la tierra que se encontraba en estado silvestre y seminatural disminuyera del 95% a menos del 45% en esos 300 años. No obstante, no todos los biomas se han transformado de la misma manera a través del tiempo. Menos del 20% de las áreas silvestres de los bosques boreales y mixtos, la tundra y los desiertos se convirtieron en biomas antropogénicos en el transcurso de esos 3 siglos, mientras que las praderas y sabanas presentaron una transformación de más del 80% de sus territorios (Ellis et al., 2010).
De acuerdo a lo anterior podemos concluir que nuestra realidad actual requiere del estudio y la conservación de los ecosistemas naturales que quedan, pero también de una adecuada gestión de los biomas antropogénicos, que permita la preservación y restauración de los primeros así como el desarrollo sostenible de las poblaciones humanas.
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