Más allá de la clásica imagen del mar como un lugar al que vamos cuando tenemos vacaciones y queremos descansar, tomar un poco de sol y recargarnos de energía, éste constituye un medio importante para la obtención de dinero de numerosas personas.
Por poner un ejemplo, más de 500 millones de habitantes viven a una distancia que les permite beneficiarse de los arrecifes coralinos de los cuales obtienen recursos importantes derivados del turismo, el buceo deportivo y la pesca. Lugares como la Gran Barrera de Coral en Australia, la Florida o el Caribe hacen parte de estos icónicos arrecifes que los turistas visitan anualmente (Hoegh-Guldberg, 1999).
Foto tomada por: Luisa Fernanda Arroyave
La importancia o la forma de relacionarse con el mar depende de muchos factores. En Colombia, a pesar de tener una gran influencia marítima y contar con la presencia del Océano Atlántico y el Pacífico, no se tiene una gran cultura de consumo de pescado; de hecho, el consumo per cápita para 2018, y según la AUNAP (Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca) rondaba entre los 8 y 10 kg (Cardona, 2018), claro, haciendo una excepción con el departamento del Amazonas, en donde la influencia del río Amazonas y la presencia de comunidades indígenas y ribereñas describen un patrón de consumo mucho mayor, reportándose un consumo promedio entre 100 y 500 gramos diarios de pescado (Lasso et al.,2011).
Otra diferencia importante en cuanto a los hábitos de alimentación sobre el pescado entre las comunidades del Amazonas colombiano y el resto del país, se refieren a que en el primer caso, la pesquería de subsistencia es multiespecífica; es decir, enfocada en más de 100 especies diferentes y la pesca comercial está dirigida hacia los bagres y otros peces grandes, sin mucha espina y fáciles de comercializar en ciudades del interior como Medellín (Lasso et al.,2011) en donde, por lo menos a nosotras, la clase de cómo comer un pescado con mucha espina, nos quedó faltando. En cuanto al resto del país, la AUNAP, ha dicho que los comensales prefieren consumir especies como el atún, el salmón, los camarones, la cachama, la trucha, la tilapia, el bagre y la mojarra (Cardona, 2018).
Pero, si comparamos los datos del consumo per cápita en Colombia con España, encontraremos que la cifra de este último es de 23,10 kg, lo cual de entrada supone que los hábitos de consumo de pescado son mucho mayores y se traduce en que el sector de la pesca en este país es más sólido y representativo. Sólo para resaltar, en el 2018, la flota española reportaba 8.972 buques, teniendo en cuenta todos los tipos de arte, es decir la pesca comercial o a gran escala y la pesca artesanal (CEPESCA, 2019). Con un aporte directo a la estabilidad laboral del país al generar 31.473 empleos directos y con un rango de acción en aguas nacionales e internacionales (CEPESCA, 2019).
Foto tomada por: Manuela Echeverri
Sin embargo, sea el caso de un gran consumidor de pescado como lo es España o de uno no tan destacado como Colombia, ambos deben tener una ruta de trabajo lo más clara posible que permita definir cómo se hace el aprovechamiento de los recursos ofrecidos por el mar. En este sentido, la Unión Europea estableció la Política Pesquera Común (PPC), bajo el precepto de que las especies se pueden renovar más no son ilimitadas por lo que, entre otras medidas, se creó el “sistema de cuotas” o lo que es lo mismo fijar cantidades para cada una de las especies que se capturan y que todos los países miembros de la UE deben respetar (Comisión Europea). Por el lado de Colombia, se estableció la Política Integral para el Desarrollo de la Pesca Sostenible, en donde se identificaron los puntos críticos del sector para abordarlos y buscar el crecimiento armónico de la pesca colombiana (AUNAP, 2014).
En materia de pesca y para el caso de Colombia, uno de los asuntos más importantes sería revisar con detenimiento qué pasa con las cuotas de aprovechamiento de las especies ornamentales que terminan siendo exportadas a países como Estados Unidos, Taiwán y Hong Kong (AUNAP, 2014) , pues tenemos especies sometidas a un esfuerzo pesquero desmedido y, aunque, estos peces no constituyen una fuente de proteína directa para las comunidades del Amazonas o el Orinoco, su captura genera daños ecosistémicos colaterales que terminan afectando la dinámica poblacional de especies que sí son fuente proteica. Entonces, ¿valdría la pena revisar las necesidades de nuestras comunidades antes de pensar en seguir exportando todos nuestros recursos?
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