Para los amantes de los animales, tener un gato como mascota puede ser un sueño hecho realidad. Los gatos son seres elegantes e inteligentes, con ojos hermosos y caritas irresistibles y, si corres con la suerte de ser elegido por ellos, pueden ser también muy amorosos y leales.
No obstante, es bien sabido que los felinos son cazadores por naturaleza, lo cual en muchos casos significa que esa bola de pelos que tenemos en casa puede llegar a convertirse en algo parecido a un monstruo y acabar con la vida de decenas de aves, reptiles y pequeños mamíferos. Lo primero que debemos entender es que estas cacerías, que a los ojos de muchos propietarios son inofensivas, pueden llegar a afectar poblaciones enteras de especies silvestres e incluso causar desequilibrios en los ecosistemas donde habitan (James, 2020).
Foto tomada por: Yoko Correia (Unsplash)
Una de las consecuencias principales de las artes “ninja” de nuestras mascotas para cazar, es la reducción del número de animales silvestres de una zona determinada. Ahora, esto podría parecer algo irrelevante si únicamente tenemos en cuenta los 5 ó 10 pajaritos que mata un gato en el año, pero si escalamos esa cantidad de presas a nivel global y además tenemos en cuenta a los millones de gatos sin dueño, la cosa se pone mucho más grave.
Tan importante es esta situación, que los felinos domésticos han sido catalogados como una de las causas principales de la extinción de 63 especies de vertebrados a nivel global (James, 2020). Asimismo, se calcula que tanto los gatos mascota como los callejeros producen anualmente la muerte de 100 a 350 millones de aves en Canadá, y de 1.3 a 4 billones de aves y 6.3 a 22.3 billones de mamíferos en Estados Unidos (Blancher, 2013; Loss et al., 2013).
Adicional a la muerte de individuos a causa de los felinos, la presencia de animales domésticos en el hábitat de la fauna silvestre hace que el riesgo de transmisión de enfermedades se eleve. De esta manera, la prevalencia de algunos parásitos y virus, e incluso de zoonosis como la toxoplasmosis y la rabia, puede aumentar debido a este tipo de interacciones que de forma natural no se presentan (Crowley et al., 2020). Igualmente, la competencia directa por los recursos y las presas que se da entre los gatos domésticos y los carnívoros silvestres, hace que no sólo se afecten especies menores, sino también otras con un nivel más alto en la cadena alimenticia (Mella & Flores, 2018).
Ahora bien, tampoco se trata de estigmatizar a los mininos y dejar de amarlos como lo hacemos. La realidad es que el instinto depredador está muy bien puesto dentro de su código genético, a pesar de haber sido domesticados hace aproximadamente 5 mil años. De hecho, se sabe que la conducta de cazar no se debe a que el gato esté hambriento, ya que este instinto y la sensación de hambre están controlados por zonas diferentes del cerebro, por lo que no podemos culpar a nuestra mascota de hacer algo para lo que está genéticamente programada. Además, fuimos los seres humanos quienes hace miles de años introdujimos a estos animales adorables en diferentes ecosistemas y los pusimos en contacto con otras especies que evolucionaron sin tener que preocuparse por depredadores tan insaciables (Mella & Flores, 2018).
Foto tomada por: Dorothea Oldani (Unsplash)
Es por esto que es nuestra responsabilidad como propietarios hacernos responsables de los gatos de nuestro hogar y minimizar, ojalá a cero, las víctimas de sus juegos de depredador. Es así como la tenencia responsable de mascotas y el control poblacional de animales con dueños y callejeros son la clave para evitar que millones de especies silvestres continúen viéndose afectadas por una cacería realmente innecesaria (Crowley et al., 2020; Strycker, 2019).
Acciones concretas como mantener las puertas de casa cerradas, vigilar de cerca lo que hace nuestra mascota, e incluso esterilizarla, ayudan a evitar que ésta salga al exterior, deambule y desarrolle sus instintos de cazador. Además, con esto no sólo preservamos los ecosistemas en su estado natural, sino que también mantenemos a nuestros felinos seguros y con menores probabilidades de sufrir accidentes como atropellamientos o envenenamientos (Crowley et al., 2020).
Finalmente, cuando nos declaramos amantes de los animales, implícitamente estamos asumiendo la responsabilidad moral de cuidar tanto a los que se encuentran bajo nuestro techo, como a los que enriquecen el medio ambiente en el que vivimos, por lo que debe ser igual de importante cuidar de nuestros gatos como de las aves, reptiles y mamíferos pequeños que pudieran llegar a ser sus presas.
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