La formación que los médicos veterinarios recibimos en la universidad está principalmente encaminada a salvaguardar la vida y la salud de los animales y las personas; pero, así como los médicos humanos y otros cuantos profesionales, debemos acostumbrarnos a trabajar teniendo a la muerte cerca, reconociéndola siempre como una posibilidad o a veces incluso como una opción terapéutica.
Es así que para muchos de los que trabajamos con animales, la muerte asistida o la eutanasia, se convierte en una aliada para ciertos casos en los que la medicina sencillamente no puede hacer nada más.
La palabra eutanasia proviene del grigo “eu” (bueno) y “thanatos” (muerte), lo que significa “buena muerte” o en otras palabras “muerte sin dolor”. Para la medicina veterinaria entonces, la eutanasia se refiere a inducir la muerte humanitaria en un animal a través de un método que sea farmacológicamente aceptado y que no genere ansiedad o dolor (Cabrejo, 2016). En Colombia, según la Ley 576 del 2000, ésta puede realizarse con la voluntad y autorización de la persona responsable del animal y se considera un recurso terapéutico y también una medida sanitaria, lo que quiere decir que es posible llevarla a cabo en los animales que pongan en peligro a las personas, bien sea porque padecen una enfermedad contagiosa grave o por agresividad (Cabrejo, 2016; Henao, 2017).
Para empezar, es importante tener claro que el protocolo de eutanasia depende del tipo de animal que estemos tratando, ya que no es lo mismo realizarla en un perro que en una vaca o una tortuga. No obstante, sea cual sea la especie, siempre se busca garantizar la ausencia de dolor, angustia y consciencia del animal, así como la seguridad del personal que la realiza y sus responsables (The Humane Society de los Estados Unidos, 2013).
Por lo general, en las mascotas la eutanasia se realiza por medio de una inyección intravenosa de pentobarbital sódico, un medicamento que administrado de forma adecuada, deprime las funciones vitales produciendo la muerte del animal de forma rápida, tranquila e indolora. Por otro lado, cuando se trata de otras especies, se pueden utilizar medicamentos o vías de administración diferentes que proporcionen un buen morir (The Humane Society de los Estados Unidos, 2013).
Foto tomada de Unsplash
En la mayoría de los casos, la decisión de realizar un procedimiento de este tipo no es fácil de tomar para el médico veterinario tratante ni para el responsable del animal, independiente de si se trata de un perro, un gato, un caballo o un ejemplar de la fauna silvestre. La muerte, aunque es un proceso natural e inevitable, significa la pérdida de un individuo que pudo haber sido considerado el miembro de una familia, el sustento económico de una persona o el representante de una especie en peligro de extinción; esto hace que en muchas ocasiones, especialmente cuando se trata de mascotas, la eutanasia traiga consigo sentimientos de tristeza, frustración e impotencia.
Adicional a esto, quienes nos encargamos de la salud animal y nos regimos por un código de ética, tenemos claro que la muerte asistida no es un procedimiento que se elija como primera opción, sino que únicamente se lleva a cabo cuando se acaban las opciones terapéuticas y no es ético prolongar el sufrimiento de un animal, o cuando se trata de una medida de salud pública (AVEPA, 2004).
De hecho, desde finales de la época de los 90, se definieron las razones por las que un profesional puede decidir practicar la eutanasia en un animal, dentro de estas se encuentran (Henao, 2017):
1. Edad avanzada: animales muy mayores cuya calidad de vida se encuentre gravemente comprometida.
2. Enfermedad terminal: cuando alguna patología grave como el cáncer o la insuficiencia renal crónica, deteriora tanto la calidad de vida del individuo que no tiene sentido prolongar el sufrimiento.
3. Trauma: animales que hayan sido víctimas de accidentes, que tengan un compromiso importante de sus funciones vitales y un mal pronóstico.
4. Problemas comportamentales: cuando el animal representa un peligro para otros animales o para las personas a su alrededor debido a sus reacciones agresivas.
5. Animal sano: puede ser con el fin de hacer control poblacional o investigación científica.
“Mauricio”, perro geriatra. Foto tomada por: Miguel Arango
Vamos a hacer un ejercicio, imagina que eres el veterinario de un municipio pequeño y un día te llama una persona que vive en una vereda a 1 hora de la cabecera municipal porque su perro se encuentra enfermo hace algunos días. Cuando revisas al animal, te das cuenta que tiene una obstrucción severa de las vías urinarias que le está generando muchísimo malestar y dolor y que con el tiempo puede llegar a comprometer los riñones, pero no logras resolverla con los recursos que tienes en ese momento. Sabes que hay procedimientos que se podrían practicar en el perro si pudieras llevarlo a un hospital veterinario, pero eres consciente que el más cercano se encuentra a más de 2 horas y que el propietario no cuenta con los recursos económicos para enfrentar el proceso de diagnóstico y tratamiento. Entonces, ¿qué harías? ¿llevarías al animal al hospital veterinario haciéndote cargo de todos los gastos? ¿le aplicarías algún medicamento para aliviar el dolor por unas horas, aún sabiendo que no vas a resolver el problema de base? o ¿realizarías la eutanasia para no prolongar el sufrimiento del animal teniendo en cuenta las condiciones en las que se encuentra?
Seguramente la respuesta no fue nada fácil… Pues bien, ese es el escenario al que nos enfrentamos muchos médicos veterinarios a lo largo de nuestra vida profesional, ya que debemos tomar decisiones teniendo en cuenta muchos factores que a veces no dependen de nosotros pero que sí afectan directamente la calidad de vida de nuestros pacientes y, eventualmente, la nuestra.
Collar de “Benjamín”, una mascota amada por su familia y a quien se aplicó la eutanasia debido a una enfermedad grave. Foto tomada por: Manuela Echeverri
Además de casos dramáticos como el anterior, también debemos lidiar con las peticiones de eutanasia inapropiadas de algunas personas que ya no quieren tener a su animal de compañía, simplemente porque se van a mudar de casa, porque tuvieron un hijo o porque ya se cansaron de cuidarlo (Diario Veterinario, 2019).
Situaciones como estas son las que generan en algunos veterinarios cuadros de ansiedad y frustración que pueden conducir a algo llamado fatiga por compasión, un tipo de estrés que surge debido a la empatía y al compromiso emocional que se desarrolla con los pacientes y que, en el peor de los casos, puede afectar gravemente la salud mental del profesional (Diario Veterinario, 2019; Pintado, 2018).
Como podemos ver, la eutanasia es una medida tan necesaria y bondadosa como compleja, pues aunque suene extraño, siempre se realiza propendiendo por el bienestar del animal pero nunca puede ser tomada a la ligera, sino tras un analisis consciente de todas las caras de la situación.
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