En cuanto al acceso a la educación se refiere, éste más que un derecho, ha sido un privilegio para las mujeres y, en sus inicios, el ejercicio de la profesión veterinaria no estuvo alejado de conflictos y procesos tormentosos para que las primeras mujeres veterinarias fueran aceptadas en el gremio, por lo que es importante mirar hacia atrás y recordar el camino recorrido.
De esas primeras veterinarias los registros dicen que eran dos, rusas, licenciadas en la Escuela de Veterinaria de Zurich en 1889 y que una de ellas se destacó al trabajar como “Veterinario Sanitario de Distrito” en la Rusia meridional de aquellos tiempos. También se ha dicho que la primer veterinaria inglesa tuvo que recurrir a prácticas como cambiarse el nombre, graduarse en 1900 pero aparecer en los registros 22 años después, ejercer la profesión “sin haberse graduado” ya que debía volver a pasar los requisitos impuestos por el Royal College of Veterinary Surgeon (RCVS), por segunda vez, ya que el asesor legal consideraba que: “sólo las personas podían colegiarse” y “realmente una mujer no encajaba en aquel concepto” (Castaño, M. 2009).
En el caso de Latinoamérica, concretamente en el de Colombia, la mujer pudo acceder a la educación universitaria en la década de los 30 participando en los programas de medicina, derecho y docencia, y finalizando los años 40, Lily Plazas, motivada por entender la forma como los campesinos trataban las enfermedades en los animales en su finca ubicada en Boyacá, ingresó a la Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad Nacional graduándose en el año 1951 (Villamil, LC.2018). Adicionalmente, hasta 1986, los cargos de dirección académica relacionados con la veterinaria recayeron sobre el género masculino hasta que en ese año la Señora Martha Moreno de Sandino fue nombrada como decana de la Facultad de Medicina Veterinaria de esa universidad (Villamil, LC.2018).
Médica veterinaria en laboratorio de diagnóstico
Actualmente, la participación femenina en las matrículas de los diferentes programas de veterinaria que se ofrecen en Colombia ha incrementado exponencialmente, tanto que se ha llegado a reportar que para los años 60 el incremento rondaba el 19%, en los 70 fue del 26%, en los 80 del 47%, en los 90 cerca del 52% y que, para ésta época, la diferencia de género en algunos lugares es tan clara que se habla de una presencia de mujeres cercana al 65% (Villamil, LC.2018).
Estas cifras se han reflejado en una presencia sólida de mujeres en diferentes escenarios laborales que antes eran sólo de los hombres; por ejemplo, en el trabajo con grandes especies, equinos y bovinos, o con especies de producción, cerdos y aves, por esta razón, afirmar hoy que la medicina veterinaria o que las actividades agropecuarias son netamente de hombres es absurdo. Cada quien aporta desde su posición y lo hace con la relevancia que su capacidad intelectual y sus condiciones físicas se lo permiten.
En este orden de ideas, creemos importante terminar diciendo que gracias a un trabajo consistente las mujeres hemos ido ganando espacios profesionales que antes no teníamos por diversidad de razones y que, la presencia del género en la profesión se ha ido solidificado en los últimos años. No pensamos que seamos menos o más que los hombres, simplemente somos, por ese motivo merecemos el mismo respeto que ellos en todas las áreas en que nos desempeñemos. Creemos firmemente en que no debe haber una diferencia salarial solo por el hecho de ser mujer, y que, en el caso de tener jefes hombres, esperamos una relación de respeto, y en el caso de tener jefes mujeres, que en vez de rivalizar, se acuerden lo difícil que ha sido el camino y que la educación para muchas mujeres más que un derecho es un sueño que no se ha podido cumplir!
Foto tomada por: Juan Felipe Arroyave
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