Con frecuencia, pensamos que nuestras decisiones de compra poco tienen que ver con la crisis ambiental y social que estamos viviendo y, algunos no dudan en compartir las cadenas de WhatsApp o cualquier otra aplicación, cuando de criticar al gobierno de turno se trata…
Pero ¿será que nuestros hábitos de consumo son tan benévolos como creemos? o ¿acaso cuando compramos un producto “x” no estamos apoyando directa o indirectamente prácticas relacionadas con su producción? Pues bien, la idea de este artículo es poner sobre la mesa puntos importantes alrededor de esta temática para que cada uno saque sus propias conclusiones. ¡Comencemos!
En el caso de los alimentos, está claro que las motivaciones para consumir y/o comprar un producto son variadas, pero la influencia de la cultura y la religión actúan de forma decisiva para determinar los hábitos y preferencias alimentarias de los consumidores que, de forma general, lo que esperan es comprar productos inocuos (Conte et al., 2014; Morin y Lees, 2018), es decir libres de patógenos que puedan comprometer su salud. Sin embargo, uno de los mayores retos de esta industria es cumplir con unas normas básicas que garanticen la calidad de sus productos y, esto es una obligación no relacionada con los volúmenes de producción (Fernández y Quiñonez, 2013).
Ahora bien, uno de los mayores problemas del sistema productivo actual ha radicado en la velocidad de crecimiento de la población humana, lo cual ha generado que la ONU, en su agenda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), específicamente en el segundo, hambre cero, enfatice en la necesidad inminente de garantizar la oferta de proteína de origen animal.
Para organizaciones como la FAO, el hambre es una manifestación clara de pobreza (FAO, 2002) y es bajo este lineamiento que en el caso de la pesca, la acuicultura se ha venido consolidando como una industria para mejorar la oferta de proteína a partir de productos derivados del mar.
Es entonces en el caso específico de los productos pesqueros, que el consumo responsable se plantea como la necesidad creciente de un nuevo modelo de producción en el que términos como la sostenibilidad ambiental, la responsabilidad social y el bienestar animal no sean conceptos “de moda” sino los ejes fundamentales de su quehacer. Para esto, en acuicultura, que es la crianza de diferentes especies de peces para consumo humano, se han desarrollado algunas certificaciones que avalan que este pescado provenga de empresas en donde se le dé prioridad a cualquiera de los tres aspectos mencionados anteriormente.
Por ejemplo, si un consumidor compra en una empresa que esté certificada con la norma GLOBALG.A.P., FOS, ASC o BAP tendrá la certeza que los empleados de estas corporaciones son tratados bajo condiciones laborales dignas y justas, además de que ahí se interesan por el impacto ambiental ocasionado y derivado de la crianza de los peces. Y, en el caso específico de la norma RSPCA, enfocada netamente en el bienestar de los peces de granja, sabrán que son animales que han sido criados con estrictos estándares en esa área; de hecho, el 70% del salmón que se consume en el Reino Unido está certificado con esta norma, lo cual redunda en la mejora de sus condiciones de crianza (Roque et al., 2020).
Foto tomada por: Paul Einerhand (Unsplash)
En el caso de la pesca, el sello azul MSC (del inglés Marine Stewardship Council) permite que los consumidores tengan tranquilidad al saber que el pescado o los mariscos que compran provienen de pesquerías en donde NO se realiza sobrepesca, actividad bastante común en la pesca de individuos en vida libre. Además, garantiza que los lugares de donde se obtuvo el producto disminuyen el impacto sobre el ecosistema y, por último, que son actividades pesqueras que cumplen con las normativas (MSC, s.f.).
En resumen, cuando un producto, sea un alimento, una prenda de ropa o una joya, venga acompañada de un sello o una certificación, es bueno leer e indagar de qué se trata, pues éstos suelen contar una historia. Una historia de ese proceso de producción que no vemos pero que terminamos apoyando cuando decidimos comprar el producto y dejar nuestro dinero en un lado o en otro, de eso se trata ser un consumidor responsable…
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