Puede que para muchos, el título de este artículo les permita tener la imagen de unos peces coloridos nadando en algún acuario, y otros ni siquiera sepan bien de qué se trata el asunto; pues bien, tanto en el primer caso como en el segundo la invitación es a leer con detenimiento este artículo.
De nuestro país se dicen muchas cosas en relación a la biodiversidad y riqueza hídrica, pero ¿será que todo es tan bonito como lo pintan? Para empezar, la captura y aprovechamiento de los peces ornamentales se inició hace ya varios años, teniendo su máximo esplendor en la década del 70, convirtiendo al país en un gran exportador; sin embargo, algunos reportes afirman que, en comparación con las estadísticas mundiales, Colombia no se destaca por las exportaciones realizadas en esta área, pero es el tercero en América Latina, después de Brasil y Perú (Ortega-Lara, 2016).
Río Fragüita, Caquetá. Foto tomada por: Maria Paula Vélez
Para el 2018 se determinó que, la cifra total de exportación de peces ornamentales ascendió a 16’465.444 unidades y, en teoría, la cuota global permitida no se sobrepasó pues ésta estaba estipulada en 22’234.600 (Barreto., 2019); sin embargo, si los datos se desglosan por especies y no se leen en bloque se puede llegar a una conclusión diferente. Me explico, de las cosas que menos me gustan es el salpicón, porque es una mezcla de frutas y sabores que no he podido lograr descifrar y para ese ejemplo hay dos formas sencillas de mirar lo que se está comiendo: la primera, como un conjunto total; es decir, me sirven mucho o poco de “la mezcla tropical”, y la segunda, revisando cada uno de los ingredientes que lo componen, entonces ahí se diría, “es que mi salpicón tiene mucho banano”, o “al mío le falta sandía”. Ahora bien, conservando las diferencias en cuanto a la temática se refiere, con respecto a la cuota global de peces ornamentales exportada y al hecho de que para ese año no se sobrepasó, es verdad, siempre y cuando la revisemos usando la primera perspectiva, pero si lo hacemos desde la segunda, y observamos con detenimiento las especies que fueron exportadas evidenciamos que hay algunas sometidas a una fuerte presión pesquera (Barreto et al., 2019).
En términos poco técnicos significa que los pescadores tienen un interés especial en capturar unos peces específicos, principalmente porque saben que los pueden comercializar a un buen precio, por lo que recurren a usar cualquier arte o método de pesca como las redes, nasas, el anzuelo de aguja, el arpón, la careta y el snorkel entre otros para capturarlos (Guzmán-Maldonado, 2014); es decir, la dinámica del mercado influye directamente en que los pescadores ejerzan la sobrepesca de algunas especies porque como con cualquier otro trabajo ellos también buscan lo que les es más rentable y con lo que pueden obtener mejores ganancias y sostener a sus familias.
Para el 2018, en peces como el Panaque payaso (Panaqolus maccus) y la Arawana (Osteoglossum bicirrhosum), se documentó que, la cuota asignada de 93.000 unidades para el primero, llegó a una exportación de 141.196 y, para el segundo se suponía que la cantidad de individuos no debía sobrepasar las 700.000 unidades, pero se terminaron exportando 707.361, llegando a porcentajes de aprovechamiento de 151.82 y 101.05% respectivamente (Barreto et al., 2019).
Arawana. Ilustración realizada por Manuela Echeverri
La Arawana y el Panaque se pescan principalmente en la Orinoquía y Amazonía; de hecho se ha llegado a estimar que el 88% de estas especies se capturan en la región del Orinoco (Guzmán-Maldonado, 2014).
La trama de la comercialización en algunos casos es más sencilla que en otros; por ejemplo, una vez los pescadores han capturado al pez en cuestión lo mantienen en una bolsa plástica (por supuesto con agua, pues de lo contrario no habría pez, ni dinero que cobrar) y lo llevan a un centro de acopio primario que, generalmente se ubica cerca de los puertos, como Leticia, en el caso del río Amazonas, Tarapacá, en el del río Putumayo y La Pedrera, en el del río Caquetá (Guzmán-Maldonado, 2014). De ahí los peces son enviados por avión a Bogotá, la capital colombiana, donde son recibidos en centros de acopio más grandes y desde ahí son distribuidos a sus clientes finales. De hecho, se estima que por semana, se movilizan 4 toneladas de peces hacia ciudades como Shanghái, Londres y Tokio (Dinero, 2019).
Foto tomada por Nareeta Martin (Unsplash)
Antes de que los expertos en comercio internacional me despedacen (la verdad soy muy joven para morir) quiero decir que la actividad en sí misma no es mala. También reconozco que la AUNAP y otras entidades científicas han estado haciendo trabajos importantes en el área y que fijar las cuotas de aprovechamiento para cada especie es un gran paso; no obstante, el Amazonas en particular funciona como una pesquería multiespecífica en donde, como se explicó en otro artículo, se pescan diversas especies, lo cual requiere un estudio profundo de la variedad de peces que se tienen y la interpretación de los datos de esfuerzo y dinámica de las poblaciones en función de los períodos hidroclimáticos de este río: aguas ascendentes, altas y descendentes es fundamental, debido a que las artes de pesca se usan en función de esos períodos.
Además, hay que recordar que cuando se pescan los peces ornamentales los pescadores no están motivados por la conservación de estas especies ni de otras, mucho menos del ecosistema, su único interés es económico (lo cual no juzgo, todos tenemos derecho a buscar de qué vivir y cómo pagar nuestras cuentas), pero, sí me parece bastante contradictorio que mientras surtimos con nuestros peces y adornamos los acuarios en muchas partes del mundo, nuestras comunidades indígenas en el Amazonas se sientan tan desprotegidas, los incendios en lo que se denomina “el pulmón del mundo” nos dé lo mismo y que la abundancia de peces en nuestros ríos no nos cuestione, no sé, valdría la pena poner en orden la casa antes de seguir embelleciendo la de otros…
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